La cosificación de la mujer. Las consideraciones literarias ¿aclaran o complican las implicaciones éticas de un texto? (Paloma Morales)

Paloma Morales Delamarre es estudiante de la licenciatura en Filosofía, Ciencias Políticas y Economía de la London School of Economics. A su vez ha desempeñado tareas diplomáticas y periodísticas en España, Francia y Túnez. Actualmente se encuentra trabajando en la sección internacional del diario español ABC


Seis fotogramas de la secuencia de inicio de la serie de John Berger para la BBC "Ways of seeing" (1972), cuyo guión daría lugar al libro del mismo nombre

En este artículo sostengo que los mecanismos literarios –y de manera más específica el recurso del personaje-narrador en primera persona– ilustran los argumentos filosóficos planteados por John Berger en su libro Modos de ver. Esta afirmación concierne en particular a dos argumentos de Berger: "Toda imagen encarna un modo de ver[1]" y "Los hombres actúan y las mujeres aparecen"[2]. Justificaré el argumento tomando en consideración cómo las estructuras narrativas empleadas por Maupassant y Gide hacen más inmediato el carácter tangible de ambas afirmaciones. En primer lugar trataré de demostrar cómo esas estructuras narrativas, unidas a otros mecanismos literarios, como el uso de la ironía, muestran al lector cómo afecta la subjetividad de los personajes a sus percepciones del mundo. Después, expondré cómo el uso de la primera persona por parte de los narradores masculinos, al igual que las minuciosas descripciones físicas de los personajes femeninos, ponen de manifiesto la diferencia entre la presencia social de los hombres y la de las mujeres.

- I. Toda imagen encarna un modo de ver.

En el primero de los siete ensayos incluidos en Modos de ver, Berger habla sobre el impacto de todo lo que constituye la identidad de un individuo sobre su percepción del mundo, y afirma que todo lo que uno ve está afectado por su conocimientos o creencias sobre el mundo. Por lo tanto –Berger hace esta observación respecto a las fotografías, pero creo que es susceptible de ser extrapolada a cualquier representación propuesta por un individuo, sea oral, escrita, pintada o esculpida–, "cada vez que miramos una imagen somos conscientes de que en esa fotografía se ha elegido una vista de entre una infinidad de otras posibles"[3]. No existe un modo imparcial de ver el mundo, y esto no se debe únicamente a que "solo vemos aquello a lo que miramos"[4], en un sentido literal –que es el que Berger utiliza en esta frase–, sino también porque los seres humanos nunca pueden ser testigos puramente objetivos de lo que se despliega ante nosotros. Lo que vemos no solo está filtrado por los límites físicos de nuestra vista, sino también por nuestras experiencias del pasado, nuestras creencias y nuestras ideas.

En la literatura, la narración en primera persona consiste en exponer una historia a través de la perspectiva de un personaje y, a partir de esta definición, parece obvio de qué formas se puede utilizar este mecanismo para aclarar las ideas presentadas en el párrafo anterior. Puesto que el narrador experimenta, o ha experimentado, directamente los sucesos que expone, solo puede –aparte de no ser omnisciente, lo que limita su comprensión de dichos sucesos– presentar al lector una realidad filtrada.

La sinfonía pastoral, de André Gide, puede arrojar una considerable luz sobre esta afirmación por medio de su forma: es un diario, es decir, una experiencia subjetiva e individual del mundo real, escrita para que el lector la descubra. La historia, por lo tanto, está contada en primera persona por el pastor, que es el protagonista.

De ahí que al lector no se le presenten simplemente los acontecimientos, sino como los vive el pastor. Esa diferencia –entre los hechos reales y cómo los experimenta el pastor– se amplifica en sumo grado por la ironía presente a lo largo de la historia, que demuestra la falta de objetividad del pastor.

Para el lector resulta evidente que el pastor está cegado por sus propias creencias cuando, al explicar la insinuación de su mujer –y el lector comprende de inmediato que se está refiriendo a sus sentimientos hacia Gertrude–, escribe: "Su acento enigmático y sentencioso me irritaba, porque soy demasiado franco por naturaleza y no tolero bien el aire de misterio"[5]. El enigma solo se vuelve indescifrable por la subjetividad del pastor, porque el lector no experimenta ni por un solo instante duda alguna respecto al argumento que Amélie, la mujer del pastor, está planteando.

El tono irónico del texto y la falta de sinceridad del pastor se vuelve aún más evidente cuando escribe: "Pienso en mi pobre Amélie. Nunca dejo de rogarle; ojalá pudiera obligarla a ser feliz"[6]. El empleo de la ironía explicita aún más el argumento de Berger: la escasa fiabilidad del narrador, en este caso, no se atribuye a unos intereses ocultos que pudiera perseguir –es decir, que esté intentando manipular al lector para hacerle creer que sus intenciones son buenas–, sino que se atribuye a su propia ceguera ante la realidad de la situación que se está desarrollando ante él. Sus creencias y convicciones moldean su percepción de los hechos de tal modo que no vea el error moral que el lector ya percibe como algo definitorio de su conducta.

La narración en primera persona tiene en La modelo la misma función clarificadora, aunque, a diferencia de La sinfonía pastoral, no abarca la totalidad de la historia. Las opiniones del personaje narrador, en particular las relativas a las mujeres, actúan como un filtro obvio para su percepción de las discusiones entre Jean Sumner y su esposa, Joséphine. En vez de recitar la historia como lo haría un narrador objetivo, y transmitir sin más el intercambio de palabras, el narrador añade una caracterización subjetiva y una interpretación del conflicto, que, lejos de ser imparcial, refleja su visión profundamente negativa de las mujeres: "Entonces, cuando su instinto de mujer supo que iba a enfadarlo, empezó a cantar una melodía popular"[7]. Volviendo al título de este apartado –'Toda imagen encarna un modo de ver'–, la no fiabilidad del narrador, entendida en la medida en que la historia que cuenta es una distorsión de la realidad, es incuestionable. No hay ningún elemento externo que corrobore la afirmación del narrador; solo procede de la opinión que él tiene respecto a las mujeres. Esta opinión, a su vez, actúa de filtro, primero sobre su propia mirada y, en consecuencia, sobre la historia –en su modo de experimentarla– de la que después hace partícipe a su amigo.

[Debe señalarse que en la historia original de Maupassant leemos "son instinct pervers de femme", que tal vez se podría traducir con más precisión como "su pernicioso instinto de mujer". Esto ilustra aún más la lente misógina a través de la cual el narrador experimenta la disputa].

La capacidad de las estructuras narrativas para mostrar la subjetividad característica de cada imagen, y la medida en que nuestras creencias crean una lente a través de la que vemos –no la realidad como tal, sino una versión distorsionada– nos lleva de forma natural a la segunda parte de este artículo, donde hablo de la percepción de Berger sobre la cosificación de la mujer.

- II. Los hombres actúan y las mujeres aparecen.

En el tercer ensayo incluido en Modos de ver, Berger plantea –a través de un análisis de la representación de la mujer en los cuadros del Renacimiento europeo– el argumento de que "la presencia social de la mujer es de un género diferente a la del hombre"[8]. Según él, las mujeres, como individuos, no se definen por sus actos sino por cómo los llevan a cabo. Es decir, el modo en que se mueven, se visten, hablan y cualquier otro aspecto sensorial de sus actos define quiénes son en mayor medida que los propios actos que realizan. Los hombres, en cambio, se definen estrictamente por sus actos, y en concreto por la parte de esos actos que son ajenos a ellos. Por lo tanto, puesto que la mujer se define por cómo se presenta ante los demás –y en particular a los hombres–, y los hombres por lo que hacen a los demás, Berger sostiene: "Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se contemplan a sí mismas mientras son miradas"[9]. De modo que la definición de la mujer como individuo se basa solo en las reacciones sensoriales que provocan en los hombres. En su análisis, Berger desarrolla a fondo el subconjunto visual de esas reacciones, pero creo que se puede asumir que es una simple consecuencia de que su análisis se desvíe de los cuadros; no hay ninguna razón evidente para interpretar que la palabra aparecen se refiera únicamente a la vista. No obstante, yo también me centraré, sobre todo, aunque no de forma exclusiva, en la parte del aparecer que consiste en ser vistos.

En la parte anterior del ensayo ya se expuso cómo la existencia de unos narradores en primera persona permite que el escritor introduzca la subjetividad en la forma de contar la historia, o, para ser más exactos, le permite hacerlo voluntariamente, porque afirmar que lo que se denomina "narrador objetivo" es realmente objetivo sería incoherente con la idea de que "toda imagen encarna un modo de ver", puesto que sus palabras son fruto de una decisión del propio escritor.

En esta parte se sostiene que no solo es la voz narrativa lo que ilustra la segunda idea de Berger, sino también el hecho de que en ambas historias el personaje-narrador sea un hombre. Las historias que se le presentan al lector están contadas por hombres. Esto, por lo tanto, implica que todo lo que el lector sabe sobre la existencia de las mujeres descritas en las historias se limitan a cómo aparecieron ante los hombres-narradores y cómo estos lo verbalizaron.

En La sinfonía pastoral y en La modelo podría parecer a primera vista que a las mujeres se les da una voz directa, en tanto en cuanto los diálogos de los que son partícipes se transcriben en estilo directo. El uso del estilo directo podría hacerlo parecer, a ojos del lector, una narración objetiva. Sin embargo, puesto que se narra la presencia de la mujer, no por una voz externa a la historia, sino por la de un personaje –que, en ambos casos, está directamente implicado en los sucesos que se describen–, su existencia en la historia se limita a cómo aparecen para el narrador.

No obtenemos un retrato de la estricta realidad, sino de una realidad tal como la experimenta internamente cada uno de los narradores, que, además de recoger las expresiones orales de la mujer, se extienden en sus comentarios sobre su presencia y, sobre todo, aunque no solo, sobre su aspecto físico. La identidad de Gertrude como individuo se define en el modo en que es percibida por el narrador masculino. Esto es perfectamente observable cuando él escribe: "Gertrude ha adquirido sus modales, su manera de hablar, casi su misma entonación, no solo de su voz, sino de su mente, de todo su ser"[10]. El pastor, apartándose de una percepción estrictamente sensorial de Gertrude, llega a una conclusión sobre su "mente" y "todo su ser". El modo en que la presencia de Gertrude en la historia es fruto de cómo aparece ante el pastor –en mayor medida que de sus actos– también se esclarece en los adjetivos y descripciones que enmarcan sus actos y sus palabras. "[…] 'prefiere usted hacerme creer que soy fea', dijo entonces con un mohín delicioso"[11]. Al lector no solo se le presenta lo que dice Gertrude, sino también cómo aparece visualmente al pastor mientras lo dice.

También vale la pena señalar que, en La sinfonía pastoral, Gertrude, a pesar de que ella misma no puede ver a causa de su ceguera, está preocupada por su aspecto ante los demás, y en particular ante el pastor: "Dígame enseguida: ¿soy guapa?"[12]. Esto ejemplifica para el lector la idea de Berger de que, por medio del proceso de cosificación, donde una mujer es definida por cómo aparece a los hombres, "su propio sentido de ser es suplantado por el sentido de ser apreciada como tal por otros"[13]. A Gertrude le resulta imposible saber cómo es su aspecto físico y, por lo tanto, para poder definirse a sí misma como mujer, necesita saber cómo la ve el pastor.

La extensa descripción visual de Joséphine en La modelo profundiza el carácter tangible del significado que da Berger a la idea de la cosificación de la mujer. A diferencia del retrato de Jean Sumner, que solo consiste en su profesión –es un "famoso y admirado pintor"–[14], el de Joséphine lo constituye una multitud de caracterizaciones de su aspecto físico. Lo que el lector sabe de Joséphine consiste sobre todo en lo que ve el narrador-personaje cuando esta se presenta ante él. Aparte de ser una mujer "pequeña"[15] –lo cual se repite dos veces–, es "bonita, tiene un aire muy estiloso y una figura divina"[16]. Jean Sumner actúa: es pintor, y Joséphine aparece: es bonita. Él se define por su profesión, por algo que hace y que es externo a él, mientras que ella se define por el efecto sensorial que produce en el narrador masculino.

De este modo, tomando en conjunto a Maupassant y Gide, el análisis que Berger propone sobre la presencia del hombre y la mujer en la sociedad –que deriva de su observación de la representación de la mujer en los cuadros del Renacimiento europeo– resulta evidente.

- III. Conclusión.

A modo de conclusión, en este ensayo se ha sostenido que las consideraciones y mecanismos literarios empleados en La modelo y La sinfonía pastoral –y sobre todo el uso de la narración en primera persona– han ejemplificado las cuestiones éticas presentes en Modos de ver, de John Berger. La narración empleada por Maupassant y Gide ha arrojado luz sobre la idea de que "toda imagen encarna un modo de ver", al poner de manifiesto el filtro inevitable que la individualidad coloca sobre cualquier percepción personal de la realidad. El análisis de las consecuencias de que un narrador-personaje sea un hombre en ambas historias ha permitido esclarecer la idea de que "los hombres actúan y las mujeres aparecen", pues en ambas historias ellas solo aparecen ante el lector como son vistas por los narradores.

- Bibliografía.

Berger, John, Ways of seeing, 1972 (British Broadcasting Corporation y Penguin Books, Londres, 1977), p. 10. Versión en castellano de Justo Beramendi, Modos de ver (Gustavo Gili, Barcelona, 2018).

De Maupassant, Guy. Le modèle (Le Gaulois, 1883).

De Maupassant, Guy. The Modele. Traductor desconocido. (Le Gaulois, 1883).

Gide, André y Dorothy Bussy, La Symphonie Pastorale, and Isabelle. Traducción al inglés de Dorothy Bussy (Penguin Books, 1963), p. 61.

(Notas):

[1] Berger, John, Ways of seeing, 1972 (British Broadcasting Corporation y Penguin Books, Londres, 1977), p. 10. Versión en castellano de Justo Beramendi, Modos de ver (Gustavo Gili, Barcelona, 2018).

[2] Ibíd., p. 47.

[3] Ibíd., p. 10.

[4] Ibíd., p. 8.

[5] Gide, André y Dorothy Bussy, La Symphonie Pastorale, and Isabelle. Traducción al inglés de Dorothy Bussy (Penguin Books, 1963), p. 61.

[6] Ibíd., p. 96.

[7] De Maupassant, Guy, The Model. Traductor al inglés desconocido. (Le Gaulois, 1883), p. 3.

[8] Ibíd., p. 45.

[9] Ibíd., p. 47.

[10] Gide, La Symphonie Pastorale, and Isabelle.

[11] Ibíd., p. 84.

[12] Ibíd., p. 84.

[13] Berger, Modos de ver, p. 46.

[14] De Maupassant, The Model, p. 17.

[15] Ibíd., p. 2.

[16] Ibíd., p. 2.

(Frontera D)

La brutal reflexión sobre la pena de muerte de la mujer que presenció 300 ejecuciones

La estadounidense Michelle Lyons publica el diario en el que recogió todos sus sentimientos tras 12 años en el corredor de la muerte


Aunque hayan pasado 18 años desde la última ejecución, sus ojos no pueden evitar soltar una lágrima cada vez que lo recuerda. Durante los 12 años que Michelle Lyons trabajó como reportera de un diario local y posteriormente como portavoz del Departamento de Justicia Criminal de Texas, esta mujer de 41 años asistió a la ejecución de 300 hombres y mujeres. En su cabeza, escenas como la de la señora McGinn con sus manos apoyadas sobre el panel de vidrio de la cámara de la muerte observando la ejecución de su hijo no pueden parar de repetirse.

"Ser testigo de las ejecuciones era, sencillamente, parte de mi trabajo (…) por entonces estaba a favor de la pena de muerte, pensaba que era el castigo más apropiado para cierto tipo de crímenes. Y como era joven y audaz, todo para mí era blanco o negro", reflexiona ahora Lyons en las páginas de sus recientemente publicadas memorias Corredor de la muerte: los minutos finales. Su historia no es una más. Lyons trabajó en el estado norteamericano con el mayor número de ejecuciones y ella tuvo que enfrentar el dolor que suponía cada una de ellas.

    Book review - Death Row: The Final Minutes by Michelle Lyonshttps://t.co/YZPpoIMJ5S pic.twitter.com/Y6loEcl6Zp
    — Deborah A Stansil (@randommusings29) August 12, 2019

- Dejar de sentir para sobrevivir.

Pero su forma de enfrentarlo no tuvo nada de valentía, ni de miedo, ni de ningún sentimiento identificable más allá de una indiferencia forzada. Lo suyo fue simplemente mirar hacia un lado hasta que no pudo soportarlo más. Tanto dolor no podía ser ignorado sin más. "Si hubiese empezado a explorar cómo las ejecuciones me hacían sentir cuando las veía, si hubiera reflexionado sobre las emociones en juego, ¿cómo hubiese podido regresar a esa habitación, cada mes, cada año?", se pregunta. "Era la insensibilidad lo que me permitía continuar", concluye.

Solamente durante su periodo como reportera, Lyons presenció un total de 38 ejecuciones por medio de la inyección letal. Justamente aquel primer año, en el 2000, el estado de Texas batió su propio récord con un total de 40 ejecuciones. Como periodista que era no pudo evitar anotar lo que observó en todos aquellos momentos como forma de lidiar con la situación: "Cuando miro mis notas sobre las ejecuciones, puedo ver las cosas que me molestaban. Pero cualquier duda que hubiera tenido, la guardaba en una valija en mi cabeza y la empujaba a un rincón".

- Lo horrible como parte de su rutina.

Los detalles de cada una de las ejecuciones aparecen mencionados aquí y allá en sus escritos. Desde los diminutos pies de la señora Betty Lou Beets, quien enterraba a sus maridos asesinados en el jardín (se casó varias veces y los iba matando: era una clásica viuda negra), a Thomas Mason, el cruel asesino que se parecía a su propio abuelo. No obstante, según ella, el dramatismo de las escenas era menor que el que cualquiera podría esperar. "Observar los momentos finales de la vida de alguien y cómo su alma deja su cuerpo nunca se transforma en una experiencia normal o mundana. Pero Texas ejecutaba a delincuentes con tanta frecuencia que había perfeccionado su estilo y había eliminado toda teatralidad", reconoce.

Los sonidos de los pulmones de los ejecutados en forma de tos o carraspera solían ser lo último que emitían los presos. En los 12 años en los que tuvo que estar presente durante los ajusticiamientos, Lyons solamente escuchó el lloro de un preso y la rabia de otro. La mayoría recibían la inyección con resignación y desasosiego, con el único consuelo de saber que no morirían en la silla eléctrica como sí lo hicieron los presos ejecutados entre 1924 y 1964. Un ligero acto de misericordia en la vida de los asesinos y violadores que acabaron sus días en la camilla de un centro penitenciario.

- Ser madre lo cambió todo.

No fue hasta el 2004, cuando Lyons quedó embarazada de su primera hija, que comenzó a cambiar sus sentimientos hacia la pena de muerte. "Las ejecuciones dejaron de ser un concepto abstracto y se volvieron profundamente personales. Me empecé a preocupar de que mi bebé pudiese escuchar las últimas palabras de los presos, sus lamentables disculpas, sus desesperados reclamos de inocencia", confiesa en su diario. Los restantes ocho años en los que Lyons continuó en su trabajo, su aversión por la pena de muerte fue en aumento hasta el punto en el que comprendió lo absurdo que resultaba tratar de eliminar la crueldad con más crueldad.

Publicar sus experiencias ha sido una manera de sacar todos esos sentimientos encontrados de su interior. Desde no poder creer que actuó sin ningún tipo de sentimientos a cómo tuvo que dejar su carrera por el dolor que le producía enfrentarse al horror de tantas personas cada día. "¿Qué dice sobre mí el hecho de que no puedo recordar algunos de los hombre a los que vi siendo ejecutados? Quizá merezcan estar solos y ser olvidados. O tal vez sea mi trabajo recordarlos", se pregunta Lyons. Puede que jamás consiga responderse o hacer las paces con ella misma, pero sus escritos podrían ser de gran ayuda a quienes todavía piensan que la pena de muerte es la solución y no parte del problema.

(Código Nuevo)

'La virgen de agosto', de Jonás Trueba: "Muchas amigas de mi edad sufren porque no hay hombres a su altura"

El director estrena 'La virgen de agosto', una fábula sobre la búsqueda de la identidad

"He podido hacer cine todos estos años, incluso en los peores de la crisis, y de eso me siento muy orgulloso"

"Para mí es un privilegio poder estrenar en buena parte de las capitales de provincia, aunque soy consciente de que el partido, y los espectadores, están en otro lado"

"De repente, a una determinada edad, la maternidad lo inunda todo, tengas o no tengas hijos, e incluso crea barreras"

"Me gusta la idea de que el cine puede hacernos mejores personas, de que puede resultar inspirador"


Jonás Trueba (Madrid, 1981) firma su quinto largometraje, 'La virgen de agosto', una fábula sobre la búsqueda de la identidad, que bascula entre lo cotidiano y lo milagroso, en la que continúa explorando los miedos e inseguridades de su generación, en este caso a través del punto de vista femenino, el de Itsaso Arana, no solo la actriz protagonista, sino también coautora del guion. De fondo, el Madrid abrasador del mes de agosto, con sus verbenas nocturnas y sus tardes de siesta sin aire acondicionado, con encuentros tan fugaces como las Lágrimas de San Lorenzo.

- ¿Cómo surgió el proyecto?

- Prefiero que las películas se vayan imponiendo y casi siempre aparecen a partir de ideas que te van rondando. De pronto hay algo que está dentro de ti que se coloca y lo ves como una evidencia. En este caso concreto, tenía ganas de seguir trabajando con Itsaso después de 'La reconquista'. Hablando con ella surgió el tema de las verbenas de agosto, que me parecían muy cinematográficas, y de qué forma las vivían aquellos que se quedaban en la ciudad. Lo vimos muy claro y decidimos hacer una película estructurada como un calendario.

- De nuevo se trata de una producción propia.

- Nosotros siempre planteamos las películas a partir de lo que tenemos. Yo les llamo "películas ilusas", que significa que son "películas posibles". Muchas veces el guion, la personalidad o el tono están determinados por la forma que ha tomado la producción, no al contrario, como suele ocurrir en el cine convencional. No me gusta imaginar un proyecto que no voy a poder materializar. A partir de lo que tenemos, lo hacemos y lo moldeamos dependiendo de si hay un poco más o un poco menos. Esto ha sido una conquista de años, y lo hemos conseguido gracias al trabajo en equipo. Nos ha permitido hacer películas con mayor libertad dentro de nuestras enormes limitaciones.

- ¿Si ahora le ofrecieran un proyecto de naturaleza más convencional, sería capaz de renunciar a ese espacio de libertad?

- Este espacio lo cuido como un tesoro. Hemos podido hacer cine todos estos años, incluso en los peores de la crisis, y de eso nos sentimos muy orgullosos. Pero no me cierro a ninguna propuesta, las recibo todas con alegría, porque quiere decir que alguien ha pensado en mí para hacerlas. Por ahora no quiero dar por hecho nada, ni siquiera tengo claro que pueda seguir dirigiendo películas como hasta ahora.

- Sobre todo... porque el circuito de distribución es cada vez más pequeño.

- En el Festival de Karlovy Vary, donde estrenamos la película, una agente de ventas alemana nos pintó un panorama aterrador. Nos decía que su oficio se iba a terminar de aquí a cinco o diez años, ya que el cine independiente iba a ser muy difícil de mantener. "Si quieres vivir de esto, véndeselo a Netflix", nos dijo. "Me jode decirte esto, pero es así". Es el camino hacia el que vamos. Es duro, porque siempre estamos intentando reajustarnos o reinventarnos y luchar por esa idea del cine que quieres hacer y también por el que te gustaría ver como espectador.

- Y supongo que también, luchar por dónde quieres ver ese cine.

- Exacto, y yo sigo siendo por eso muy defensor de las salas. Para mí es un privilegio poder estrenar en cines en buena parte de las capitales de provincia, aunque soy consciente de que el partido, y los espectadores, están en otro lado.

- Es la primera vez que vehicula una de sus películas alrededor de la mirada femenina.

- Para mí ha sido el gran salto mortal, me ha hecho sentir una clase de vértigo nuevo. Pienso que es algo a lo que quizás hace unos años no me habría atrevido. Pero con Itsaso ha surgido todo de manera natural a través de una sensibilidad compartida. Me encontré con una aliada, al igual que también me ayudaron otras mujeres de mi equipo. Ha sido un paso… no sé si de madurez, pero sí un paso adelante.

- ¿Qué es lo que más le ha sorprendido al cambiar la perspectiva?

- Hay momentos a los que no habría llegado con un personaje masculino. La particularidad que tiene es que hay un diálogo entre la cámara (yo) y ella. Supongo que, si la película la hubiera dirigido una mujer, sería diferente, pero nunca aspiré a eso.

- ¿Qué temas quería abordar? Uno de los más claros es la maternidad.

- Queríamos hacer un personaje en positivo, desde el primer momento hasta el último, lo cual no deja de ser un reto. Que fuera bondadoso, que se levantara cada día con la intención de replantearse la vida, mirando las cosas casi por primera vez, que estuviera abierta a lo que le llegara. A partir de este planteamiento, comenzaron a surgir temas de manera natural. Y uno de ellos fue la maternidad. De repente a una determinada edad, lo inunda todo, tengas o no tengas hijos, e incluso crea barreras. Para mí tiene un lugar misterioso en la película, porque no sé si la protagonista es algo que desea realmente o algo que la presiona de algún modo.

- También encontramos otras cuestiones relacionadas con la treintena.

- Los treinta es una edad bonita porque has acumulado suficiente experiencia y al mismo tiempo te sientes fuerte. Es el momento de replantearse las cosas y de mirarse a uno mismo. En realidad, es una película sobre la identidad. Fundamentalmente se basa en la idea emersoniana sobre quién soy y quién podría llegar a ser. Y hasta qué punto soy así porque lo he heredado. ¿Podría reinventarme y empezar de cero, no a partir de lo que me han dado? Es un tema con el que me identifico mucho. No se trata de la identidad en su sentido nacionalista, de dónde vengo o de dónde proceden mis ancestros, sino de mi identidad como algo que construyo por mí mismo.

- Nos estamos adentrando en el terreno de la filosofía.

- Es que yo pienso en el cine de esa manera, es mi manera de hacer filosofía, cotidiana, de andar por casa.

- Todo esto que cuenta se podría aplicar a usted mismo como cineasta. ¿Se encuentra más seguro, ha pasado la etapa de aprendizaje y ha entrado en la de madurez?

- Totalmente, todo este discurso que te he contado es en realidad lo que a mí me pasa, lo que me vengo preguntando. Todas mis películas parten de alguna pregunta existencial que intento responder a través de ellas, o por lo menos, poner en movimiento. En 'Los exiliados románticos', era la idea del amor efímero; en 'La reconquista', llegar a los treinta y mirar qué queda de nosotros de manera retrospectiva, hasta qué punto seguimos siendo los mismos. En 'Los ilusos' era una pregunta con respecto al cine, qué estábamos haciendo y a dónde íbamos. En este caso, en 'La virgen de agosto', se trataría de afrontar la gran pregunta de quién soy, qué quiero hacer y cómo me relaciono con las cosas. Es algo que deberíamos hacer todos. ¿Por qué soy cineasta, porque mi padre lo es? Vale, sí, eso es un hecho, pero y luego yo… ¿qué pasa conmigo?

- En cuanto al elemento masculino en la película… ¿no cree que resulta demasiado benevolente?

- Yo creo que hay chicos majos (risas). Es verdad que muchas amigas de mi edad sufren porque me cuentan que hay una total ausencia de hombres a su altura. Y desde mi género, me hace sentir mal. Cuando hago una película intento que la vida sea mejor que la realidad. Entiendo que otros cineastas se concentren en la parte mala, también hay que hacerlo. Pero nosotros nos centramos en la parte buena. A mí me gusta la idea de que el cine puede hacernos mejores personas, que puede resultar inspirador. Que digamos: joder, podemos ser un poco más majos, ¿no?

(Beatriz Martínez, El Periódico)

'La casa de verano', de Valeria Bruni-Tedeschi: "Hago cine para ordenar mi caos vital"

La directora se zambulle una vez más en su tema favorito, la familia, en 'La casa de verano'


Acaba de estrenar en España su cuarto largometraje tras la cámara, 'La casa de verano'. En él, echando mano de ese género narrativo híbrido que muchos conocen como autoficción y que ella prefiere llamar "autobiografía imaginaria", la actriz y directora reúne a una veintena de personaje en una gran propiedad en la Costa Azul para meditar con humor y melancolía sobre la familia, el desamor, el paso del tiempo y la pérdida.

- El personaje central de La casa de verano es el fantasma de un hermano muerto. ¿Es Virginio Bruni Tedeschi, fallecido en el 2006, quien inspiró la película?

- Sí. Antes de morir, mi hermano me regaló un corto casero rodado en Super-8 sobre nuestra casa en el mar. De este recuerdo nació la película. Sentí que necesitaba ver a Virginio de nuevo, así que decidí invocarlo con la cámara. El cine tiene este poder de devolver la vida a los muertos, de permitir que los tengamos a nuestro lado un rato más. Es mágico.

- En la película usted interpreta a una cineasta que trata de superar una ruptura sentimental reciente escribiendo una película muy similar a 'Un castillo en Italia', que usted rodó en el 2013. De hecho, la mezcla de autobiografía y ficción es la esencia de su obra como directora. ¿Qué le interesa de esa forma narrativa?

- Yo suelo decir que mis películas pertenecen al género de la autobiografía imaginaria. El término es un oxímoron, y esa posiblemente es la figura literaria que mejor me define. ¿Cómo explicarlo? A menudo mi vida real me resulta incomprensible, carente de significado, y eso me angustia. Mi vida cinematográfica me sirve para arrojar luz sobre esa confusión. Hago cine para poner orden en mi caos vital.

- ¿Significa eso que otro de sus motivos para hacer 'La casa de verano' fue lidiar con sus sentimientos respecto a su separación del actor Louis Garrel?

- Sí, es una película sobre la separación aunque no solo hable de eso. Digamos que su hilo conductor es ese dolor, y el vértigo y las dificultades para respirar que causa. Creo que es un sentimiento en el que todos podemos reconocernos. Una ruptura causa la destrucción de un hogar, y el hogar es lo que protege a las personas de la angustia por el tiempo y el miedo a la muerte. El fin de una relación es un desastre.

- A juzgar por su filmografía, da la sensación de que su principal fuente de inspiración es la familia. ¿Es así?

- Es mi tema favorito porque es un surtidor inagotable de conflicto. La vida en familia es un estado de guerra constante. Y, además, el grupo de personas junto a las que nacemos y crecemos determina el resto de nuestra vida. Nuestras relaciones sentimentales están marcadas por nuestros padres y hermanos. Y, cuando sufrimos una ruptura, afloran miedos al abandono que llevamos dentro de ser la infancia. La familia lo es todo.

- 'La casa de verano' reúne en un mismo escenario a un grupo de burgueses y a los que trabajan par ellos. ¿Cuánto hay en la película de reflexión sobre las diferencias de clase?

- Más bien sobre lo relativas que son esas diferencias. Todos los personajes de la película han acabado juntos en un lugar maravilloso, en una época del año hermosa, pero ni unos ni otros están a salvo del dolor, la soledad, la enfermedad y la muerte. Ni todo el dinero del mundo puede protegernos de esas cosas; ricos y pobres están en el mismo barco, que está lleno de boquetes y se hunde. En realidad, aunque está centrada en unas personas y un lugar muy específicos la película trata de hablarle a todo el mundo.

- En todo caso, describir 'La casa de verano' en esos términos puede dar a entender que se trata de un película deprimente. En realidad, está llena de humor e ironía.

- El humor y la ironía nos ayudan a aceptar lo inaceptable. Para mí son üns medicine contra el desaliento. Hago cine para que el espectador ría, y para que esas risas sean tan reparadoras como para mí lo es ver las películas de Woody Allen o experimentar las obras teatrales de Chéjov. Chéjov dijo que el e stadi natural del hobbes es ser ridículo. La forma más saludable de vivir es no olvidarse de ello.

(Nando Salvà, El Periódico)